Peregrinación a Centro América 2019

Sendero de sangre y lágrimas: una travesía espiritual a Centro América

Robert Dueweke, OSA

enero 2019

 

Santiago Atitlán, Guatemala

El asombro me agitó el sueño profundo. Aunque no estaba seguro, me parecía que los estallidos sonaban como bombas o como alguna clase de explosivos. De nuevo, los sonidos como el estallido de truenos resquebrajaron el aire de la noche fría. Bam-bam-bam. Entonces, escuché el estrépito de camiones pesados que circulaban sobre el camino empedrado a las afueras de los muros de adobe de mi habitación. Los espantosos sonidos jugaron engañar a mi mente alerta. Me imaginé camiones que transportaban soldados con ametralladoras. Mi circulación sanguínea se tornó fría como el hielo, mi cuerpo entero con escalofríos por el miedo. “¿Estamos siendo atacados? ¿La armada matará a más civiles?”. Hice un acto de contrición, y, por un segundo, me pregunté por qué yo tenía tan poca fe.

 

 

En la mañana, indagué sobre los estallidos que sonaron como bombas. Uno de los líderes del grupo dijo que los sonidos eran inofensivos, que se trataba de los acostumbrados fuegos artificiales que se utilizan para la celebración de un cumpleaños familiar.

 

Una jornada espiritual a Centro América

 

De este modo inició mi jornada espiritual de 10 días en enero de 2019 a Centro América. Los misioneros de Maryknoll organizan una peregrinación-retiro anual para el clero y los hermanos religiosos quienes caminarán las pisadas de los mártires de hoy en día en El Salvador y Guatemala. No pensamos en los mártires de esos días, aquellos hombres y mujeres del pasado que vivieron valientemente y murieron sirviendo a la gente y a la fe. Así como las estatuas y los vitrales de un templo, descubrí que los mártires se encuentran en la memoria de la comunidad.

 

Nuestro grupo de peregrinación lo conformaron diecisiete participantes procedentes de diferentes lugares de los Estados Unidos y Canadá; y cinco misioneros Maryknoll quienes fueron nuestros guías y “testigos”, esto es, aquellos que conocieron y trabajaron personalmente con los mártires.

 

El objetivo del retiro ofreció una oportunidad para reflexionar sobre nuestra fe, nuestra misión y la relación con Dios a través de los ojos y experiencias de los hombres y mujeres sufrientes y valientes que dieron sus vidas como un testimonio del Evangelio de Jesucristo. El derramamiento de sangre es el contexto; la escucha y observación son las actitudes que los participantes deberán adoptar en este retiro.

 

Sendero de Sangre y de lágrimas: El Cuento Escondido

 

En la primera mañana, partimos de la antigua ciudad colonial de nombre Antigua, en Guatemala, y viajamos seis horas con rumbo a El Salvador. Ahí, llegando a la cátedral, pasamos a la capilla para visitar y rezar a la tumba del Arzobispo Oscar Romero, ahora santo, y la capilla donde fue asesinado por una bala de sicario. Después, nos dirigimos a un área desolada en el campo, lugar donde cuatro mujeres norteamericanas, practicantes y servidoras de la iglesia, fueron torturadas, violadas y ejecutadas en 1980.

 

Más tarde, el equipo del retiro nos condujo a la Universidad de Centro América donde seis jesuitas, el ayudante de la casa y su hija adolescente fueron asesinados a media noche. Al final del día, nuestro grupo estaba emocionalmente exhausto de haber atestiguado tanto mal. Yo me sentí paralizado y no sabía cómo o qué pensar, Desde luego, cada lugar que visitamos era un lugar sagrado, un “suelo santo” para ser venerado.

 

Después de varios días de reflexionar sobre estos terribles sucesos, regresamos a Guatemala a un lugar que pudiera competir con el paraíso, pero donde, tanto lo bueno y lo malo persisten en el aire. Nuestra camioneta cruzó sobre el camino de la montaña que muestra el paisaje de un grande y profundo lago azul rodeado por los volcanes. En la orilla del lago queda el pueblo de Santiago Atitlán, donde en 1981, el sacerdote de Oklahoma City, EU., el Padre Stan Rother, ahora beato y primer mártir norteamericano, dio su vida en favor de los indígenas mayas. Escuchamos los testimonios de sobrevivientes de las masacres, de las viudas que perdieron a sus esposos; testimonios de familiares que relataron el secuestro de miembros de sus familias a quienes nunca se les volvió a ver, cuyos restos mortales, se considera que permanecen en una fosa común. Aún hoy en día, muchas personas valientes y comprometidas con la justicia social, arriesgan sus vidas recogiendo evidencias e historias tanto de la población rural maya como de la oficina de la Iglesia en materia de los Derechos Humanos. Debemos preguntarnos: ¿qué sucedió?

 

En Guatemala, la armada lanzó una campaña homicida de miedo y un reino de terror en contra de los nativos indefensos de las comunidades indígenas mayas. Trabajando siempre a media noche y con frenesí inhumano, los soldados irrumpen en los tejados de paja de las chozas, tirando las puertas, matando cualquier cosa que se mueva –los ancianos, las mujeres embarazadas y los infantes. La matanza se hace en el nombre del “anti-comunismo”, y con acusación sin fundamento de pudientes y ricos terratenientes, militares y líderes de negocios. El liderazgo de la Iglesia, desde los tiempos coloniales, a menudo del lado de la élite poderosa para proteger sus propios intereses.

 

 

 

Los líderes y ministros católicos que ayudaron a los pobres en sus necesidades básicas y predicaron la justicia social fueron el blanco y etiquetados como “comunistas”. Un obispo, diecisiete sacerdotes y 2000 catequistas fueron masacrados por su trabajo con los pobres, y por actos considerados como “actividades subversivas”. Ellos habían cuestionado las causas que llevaron aumentar la extrema pobreza de las comunidades indígenas.

 

A través del periodo de 35 años de guerra civil en Guatemala, con su clímax en los años 1981-1983, se llevaron a cabo 700 masacres de las cuales 250,000 personas inocentes, principalmente indígenas mayas, fueron asesinadas. Esta realidad es la historia escondida de Guatemala.

 

¿Por qué la armada masacró a su gente? ¿Qué fuerza a la mentira detrás de la historia escondida de tanto racismo y odio? La sistemática violencia de Guatemala inició en 1954 como una reacción en contra de “los Diez Años de la Primavera” – la reforma de tierras agrarias de las anteriores administraciones democráticamente electas. Ello fue el primer intento para llevar a Guatemala a la era moderna. Los signos del progreso tocaron las raíces. Los campesinos rurales cultivaron las tierras subdesarrolladas. Y, además, los pudientes, los pocos poderosos refutaron la dirección que el país estaba tomando. Ahí donde se prosperaba, acechaba el mal.

 

El gobierno de los Estados Unidos y la CIA no son extraños en la arena política de Centro América. Ellos querían no tener nada que hacer con tal “progreso”; la reforma de tierras fue anunciada como “comunista”. Esta fue una mentira en nombre de la hegemonía económica y política. La historia escondida es que la tierra y la reforma agraria fueron malas para los inversionistas norteamericanos, especialmente para la United Fruit Company. Determinaron un alto a tales reformas de los gobiernos democráticamente electos, la política de E.U., y la intervención militar en Guatemala tuvo un impacto directo al crear las condiciones para la muerte de miles de personas pobres. La pobreza de hoy en día, los asesinatos y la corrupción son un resultado de la política exterior norteamericana que se entromete en los asuntos políticos y económicos de una nación soberana. Los plátanos continúan cultivándose con la servidumbre impuesta y la sangre de trabajadores indígenas. Estas terribles estrategias políticas y económicas han sido ampliamente documentadas (Consultar Thomas Melville, Through a Glass Darkly. The U.S. Holocaust in Central America, 2005.)

 

 

 

Los mártires “dijeron la verdad al poder” y derramaron su sangre como testigos del Evangelio con su solidaridad hacia la gente a quienes ellos sirvieron. El antiguo teólogo latino Tertuliano escribió que la sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia. Atestigüé a una parroquia viva con el espíritu de comunión y participación de Vaticano II, en Santiago Atitlán, lugar donde el beato Stan Rother sirvió con su ministerio y dio su vida. Él fue el “pastor que nunca dejó a sus ovejas”. Su corazón y su sangre están enterradas en el santuario de la parroquia; son también ellas las fuentes de vida y presencia en las creencias tradicionales mayas. Por tanto, también, es sangre para la Iglesia.

 

¿Qué he aprendido de esta experiencia de peregrinación? Para alguien quien es el representante de la Orden Agustina ante las Naciones Unidas, mi entendimiento sobre regímenes dictadores y autocráticos se ha tornado más personalizado. Veo más claramente el vínculo entre la historia sangrienta de Centro América y la migración de personas hacia la frontera de los Estados Unidos con México. Aprendí que tú, querido lector, puedas encontrar inaceptable: la escandalosa implicación de las administraciones de los Estados Unidos, en el nombre de sus ciudadanos, y en la tan nombrada “lucha contra el comunismo”, al sacrificar vidas humanas en los altares de las corporaciones mercantiles a lo largo y ancho de toda la región. Nosotros, como ciudadanos, debemos saber esta historia, la historia escondida. El frenesí de construir el muro en la frontera sur de los Estados Unidos es un intento de no prestar atención y borrar para siempre esa historia. Como dijo el filósofo norteamericano George Santayana: “Aquellos quienes no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.

 

El testimonio del hermano Maryknoll Marty Shea, de 90 años de edad, quien nos comparte estas palabras en el folleto de la peregrinación:

 

Esta es una manera diferente de vivir un retiro/peregrinación: te implicarás en su martirio, las masacres de aquellos que murieron, con aquellos quienes sobrevivieron y viven con el martirio diario de los pobres. Te atreviste a caminar con ellos; estás implicado. Ahora, puedes contar su historia; ahora puedes decir tu historia.

 

Cuando vuelvo a reflexionar en aquellas bombas imaginarias de aquella primera mañana en Antigua, me doy cuenta que fue un momento de gracia. Por un breve instante, experimenté lo que los mártires pudieron haber experimentado: el asombro y el miedo, así como también la lucha y la prueba para orar por la fortaleza para mirar fijamente a la oscuridad y confiarme en las manos de Dios. Quizás esto es lo que más aprendí de los pobres: mi propio vacío y pobreza sumadas a la búsqueda de la dependencia radical del poder del amor. Esto es cómo yo estoy “implicado” y esto es lo que yo debo predicar: exponer el mal de la mentira y dar la bienvenida al pobre “crucificado” que busca compasión y hospitalidad en las fronteras de nuestra nación.

El verdadero y real muro de frontera es aquél levantado en nuestra mente y corazón, aquél que rechaza preguntar y olvida nuestra historia.

 

(Traducido por Maria Elena del Collado)

 

(rdueweke@gmail.com)

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